miércoles, 19 de septiembre de 2007

BOGOTÁ/ CURIOSIDADES EN SAN VICTORINO
El Paraíso del Supersticioso





Cerca a San Victorino, entre tanta ropa y zapatos, existe un mercado muy peculiar que podría llamarsele como el Paraíso del Supersticioso.
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José Luis Linero Correa

Por los lares de San Victorino, no de la décima hacia abajo sino hacía arriba, encuéntrase un particular mercado de los pocos que se ven en estos días. Sólo al entrar, la nariz sucumbe a los olores seminauseabundos de azufre, inciensos y jabones, y, para aquellos que son sensibles, las miradas de unas cabezas reducidas y secas hechas por hábiles hechiceros, harán que el pelambre corporal se ponga alerta y posiblemente le darán ganas de regresar por donde vino.

En esta nuestra patria supersticiosa y agüerera, ya se llega hasta el ridículo en materia de artículos para la suerte, regreso del ser amado, querémes y amarres. En ese sitio pululan los budas gordos y de oro, sabiendo que el buda original era tan delgado que como cuenta Herman Hesse en su obra Siddhartha, llegó a ser tan flaco por ayunar, que podía tocarse las vertebras de la espalda desde su ombligo.

En este sitio se topan, en su mayoría, ilustres señoras de sacos de lana, "bregando" a ver que consiguen para acabar con la "mala racha", "pa´ganarse el chance", "pa´que no falte la papa" y "pa´protegerse de los enemigos o de la otra gente que le tenga envidia a uno". El público masculino es de menor número, y la mayoría buscan soluciones para la salud; he aquí la pomada de guayaba, el ungüento del chamán Alex, entre otras.

El que escribe, ignora aquellas creencias y costumbres curiosas, y al estar en aquél rincón de San Victorino, donde no se venden jeans con adornos de mal gusto, se siente uno como en otro mundo; como un antropólogo dentro de una aldea indígena o como en una novela fantástica.

Después de penetrar en ese mercado cada vez se va haciendo más oscuro y la nube de incienso captura al cuerpo enfrentándolo al dilema de aceptar la invitación del olor que es la de salir del lugar, o aceptar la invitación de la oscuridad y los rostros misteriosos de los vendedores que es la de seguir adentrándose por los laberintos de aquel paraíso del supersticioso.

Aquí me detengo ya que no tiene sentido privar al lector de esa experiencia, por lo que le dejo dos opciones; o se recurre a la imaginación o la de pararse del asiento y viajar al mercado y conocerlo por sí mismo.

1 comentario:

Mirador2019 dijo...

!Qué buena historia! Muy bien, adelante con otros relatos.